Texto y fotos: Roberto Alfonso Lara

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Durante más de dos décadas, Silvia ha dedicado parte de su vida a la atención a las personas en situación de discapacidad.

Silvia de la Caridad González Rodríguez atesora tantas inquietudes en su vida que pareciera no poder detenerse siquiera por un minuto. Camina de aquí para allá, al pendiente de cada detalle, para así convencerse que nada se le escapa.  Junto a otras tres mujeres de su familia, María Elena, María Eugenia y Adys Leyda, desde hace 20 años lidera en el asentamiento rural de Cartagena, del municipio de Rodas, en la Diócesis de Cienfuegos, el taller Rayito de luz, donde ofrecen atención a personas con discapacidades físicas e intelectuales.

El espacio fue creado el 18 de noviembre de 2004, al amparo del Programa Aprendiendo a crecer (Aac), de Cáritas Cienfuegos, pero incluso antes de que ella decidiera jubilarse, ya había comenzado a trabajar por su cuenta con grupos de población en situación de vulnerabilidad. “Eso siempre constituyó mi desvelo, porque son las personas que más necesitan de nosotros y, sin embargo, resultan rechazadas”, apuntó.

La guía de Cáritas

En la actualidad, Rayito de luz agrupa alrededor de 25 beneficiarios, aunque solo quince de ellos asiste con frecuencia al taller, el cual sesiona todos los sábados en el hogar de Silvia. “Al principio no sabía cómo hacerlo, y Cáritas Cienfuegos nos guio y preparó, de modo que hoy puedo hasta identificar los tipos de discapacidades que existen”, dijo.

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Junto a otras tres mujeres de su familia, Silvia deviene animadora del taller Rayito de luz, en el asentamiento rural de Cartagena, del municipio de Rodas, en la Diócesis de Cienfuegos. 

Si alguna motivación la insta cada fin de semana a recibir en el patio de la casa a estas personas y atenderlas, “es ser instrumento de Cristo: servir a Dios desde el amor al prójimo, específicamente a los más vulnerables, a quienes la sociedad muchas veces margina por su condición”, agregó.

Edificada en un reino de amor

Mientras se cerciora de que sus pupilos realizan las actividades indicadas (tareas de manualidades unos, y bordado para otros), confiesa sentirse fortalecida en la virtud de la fe y la caridad. “He experimentado la alegría que solo dando uno recibe. Crezco en humildad, confianza, fraternidad y empatía; y en tanto acompaño, también soy acompañada. Tengo la certeza de que formo parte de un proyecto superior, obra de Dios, el cual nos llama a colaborar, con la edificación de su reino de amor”, expresó.

No hay inclusión

La falta de oportunidades para los beneficiarios de Rayito de luz, en Cartagena, es uno de los pesares con los cuales carga Silvia, como si de ella dependiera. “Nosotros brindamos la ayuda que podemos, pero, ciertamente, insertarlos en la sociedad ha sido difícil. En el pueblo no le dan empleo a ninguno; eso sí, los quieren y respetan; ahora, inclusión aquí no hay”, aseveró.

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Actualmente, el taller Rayito de luz, liderado por Silvia, cuenta con 25 beneficiarios, algunos de los cuales ella visita en sus casas ante la imposibilidad de asistir al espacio.

Sostiene este criterio con dolor, pues al paso de más de dos décadas descubrió en varios de los miembros del taller las capacidades que otros no poseen. “Michel, quien ya falleció, armaba rompecabezas de más de cien piezas, y tenía retraso mental. Barbarita se bautizó siendo grande, y domina todas las oraciones. Gabriel casi no habla, y viene a misa domingo por domingo solo para decir ‘Amén’ en el momento justo. Y ‘Manue’, que emigró a España, aportó mucho a la parroquia y llegó a ser alguien muy importante para nosotros como creyente”. 

Al mencionarlos, la emoción inunda cada palabra, tal como sucede cuando una madre habla de sus hijos.

El recuerdo más grato

Tras 20 años en el rol de voluntaria del Programa Aac, de Cáritas Cienfuegos, Silvia acumula un baúl de anécdotas y vivencias que a ratos desempolva para evitar se vuelvan amarillentas. De todas, la que evoca con más cariño concierne a Roxana y Reinier, dos integrantes del taller Rayito de luz. “Enamoraron en este espacio, y luego se casaron y formaron algo tan sagrado como una familia. Hoy la niña de ambos, igual con discapacidad, asiste con nosotros. Su matrimonio es un ejemplo aquí en Cartagena”, asegura con un orgullo que apenas logra disimular, en tanto se apresura a ir hacia donde los beneficiarios, entregada a una misión que la lleva de un lado a otro, y viceversa, en un ejercicio de pasión incontrolable.

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Roberto Alfonso Lara
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