Testimonios de un sacerdocio comprometido

El ministerio sacerdotal en Cuba es un regalo de Dios a sus comunidades. Los sacerdotes se comprometen y junto a laicos logran acercarse y acompañar realidades de sufrimiento y vulnerabilidad, compartir el mensaje y abrazo de Dios como labor misionera necesaria en todos los tiempos.
Hoy resaltamos la obra de bien de dos sacerdotes italianos que fundaron comunidades y parroquias rurales en la diócesis de Guantánamo-Baracoa, una zona colmada de desafíos geográficos, climáticos, económicos, culturales y socio-familiares.
Monseñor Pierluigi Manentti y Monseñor Mario Maffi iniciaron sus andares evangelizadores bajo la sombra de árboles, orillas de ríos y mar, patios de casas de los nuevos feligreses de los municipios de San Antonio del Sur e Imías, considerados semidesérticos en Cuba.
Durante 25 años, despertaron la fe católica en muchos de los habitantes de esta región, caracterizados por su humildad y solidaridad, pese a las numerosas carestías materiales. Por todo su andar evangelizador, compartimos los testimonios de laicos que agradecen el apoyo y compromiso de estos sacerdotes italianos.
Matices históricos
(Maribel Sánchez Abillud y Rafael Loforte)
El 24 de enero de 1998, durante su visita a Santiago de Cuba, el papa San Juan Pablo II, en la Santa Eucaristía celebrada en la plaza Antonio Maceo de esa ciudad, erigía la nueva diócesis de Guantánamo-Baracoa y nombraba a su primer obispo, monseñor Carlos de Jesús Patricio Baladrón Valdés.
“Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, palabras pronunciadas por San Juan Pablo II durante su visita, fueron la principal motivación para que la diócesis de Bérgamo se ofreciera a iniciar la misión en Cuba. Por gracia de Dios fue escogida nuestra recién erigida diócesis de Guantánamo-Baracoa, que en aquel momento apenas tenía agentes pastorales y así pronto, en enero de 1999, llegaron a nuestras tierras los padres Mario Maffi y Pier Luigi Manenti.
Mario y Luis, sacerdotes diocesanos que habían servido 13 y 18 años cada uno en Bolivia y hablaban bien nuestro idioma, llegaron a Cuba con la edad de 55 y 49 años respectivamente, para servir en la recién creada diócesis cubana, la más oriental y montañosa, que comenzaba a dar sus primeros pasos.

El padre Mario fue destinado al municipio de Imías y el padre Luis al municipio de San Antonio del Sur; zonas con una ausencia total de evangelización por más de 100 años. Solo existían dos pequeños gérmenes de la fe que difusamente afloraban en la población: el paso por estas tierras a inicios de la década de 1850 del obispo español San Antonio María Claret en visita pastoral y la gran devoción a nuestra madre María en la advocación de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Fueron tiempos muy difíciles para estos sacerdotes pues las personas de estas zonas prácticamente nunca habían oído hablar de la fe y los percibían como extranjeros “raros y peligrosos” que podían traerles problemas con las autoridades porque se atrevían a hablar de Dios sin temor alguno, en un entorno donde esto era considerado un delito.
A esto se unían las difíciles condiciones de vida, no tener un lugar apropiado donde vivir ni dónde reunirse, dónde celebrar la eucaristía, la escasa comida, la diferente cultura del campesino cubano y su carácter desenfadado y curioso, además de los constantes impedimentos de autoridades a sus actividades de evangelización, sobre todo la creación de pequeñas comunidades eclesiales, al estilo de los apóstoles cuando fue naciendo la Iglesia primitiva.

Sus primeras celebraciones litúrgicas las realizaron en las casas de algunas personas más decididas y arriesgadas, o al aire libre, a la sombra de un puente o de un árbol, a orillas de los ríos. Desde esta realidad algunas personas se acercaron e identificaron con el mensaje evangélico y el testimonio de estos dos hombres de Dios. Poco a poco fueron comprometiéndose otras familias que ofrecían sus viviendas en localidades lejanas e intrincadas de difícil acceso, a las que, para llegar, necesitaban trasladarse a lomo de caballos o mulos. Ha sido notorio su entusiasmo, sencillez, alegría y dedicación, la cual contagiaban a los demás.
Al cabo de pocos años ya existían más de 30 comunidades en cada una de las zonas de atención de estos sacerdotes. Con su empuje y la ayuda de monseñor Carlos y la participación de muchos lugareños y de algunos laicos de la ciudad de Guantánamo se pudo por fin construir un templo rústico en cada cabecera municipal. El obispo decidió entonces erigir las dos parroquias, bajo el patronato de Santa Rosa de Lima en Imías y San Antonio María Claret, en San Antonio del Sur.
Han pasado más de 25 años. Gracias a Dios, hoy la Iglesia Católica tiene una notoria presencia en la vida de estos pueblos y sus múltiples comunidades rurales a través del esfuerzo evangelizador de estos dos sacerdotes. Familias enteras han recibido los sacramentos y están inmersas en la evangelización y la vida de fe católica.
Es de destacar que, en su afán de lograr algún bienestar para sus feligreses, Mario y Luis comprometieron a sus familiares, amigos y allegados en Italia, para conseguir recursos y ayuda. Es incalculable el bien que han hecho durante estos años.
Es difícil evaluar cuántos frutos evangélicos, cuánto tiempo acompañando a los que más sufren, alimentando a los más necesitados, buscando médicos, recursos y vías para aliviar a los enfermos, cuántos espacios de crecimiento personal y formación humana, cuántos desvelos y preocupación constante para mejorar las condiciones de vida y la dignidad de la gente, cuantas almas ganadas para el Cielo. Solo Dios lo sabe.
Su accionar no se limitó solo a sus parroquias. Sus huellas están presentes en toda la actividad diocesana pues han apoyado con su consejo y sabiduría a laicos, a obispos y sacerdotes del clero guantanamero. Siempre han sido una referencia, un testimonio de buenos sacerdotes.
Gracias, Señor, por el regalo del padre Mario y del padre Luis en nuestras vidas, en nuestra tierra y en nuestra iglesia.
Dios pague con creces el bien que le han hecho a nuestro pueblo.

Gratitud perenne a estos hijos de Bérgamo, Italia
(Eusebia Sánchez Abillud)
Gracias, diócesis de Bérgamo, porque han y están atentos con sus plegarias y Caridad, a esta pequeña diócesis de Guantánamo-Baracoa, que peregrina en Cuba, ubicada en la región más oriental de la Isla.
Hasta aquí han llegado sus hijos como «piedras vivas» a edificar esta iglesia particular, como pidió el Papa San Juan Pablo II, el 24 de enero de1998, cuando quedó erigida esta diócesis, al finalizar la misa en la ciudad de Santiago de Cuba.
Para la iglesia cubana de hace más de dos décadas, se abrían nuevos horizontes pastorales. Optaba por ser orante, encarnada y misionera. Pasaba del testimonio callado a tocar puertas e invitar a celebrar la presencia de Dios en nuestra historia y la de su madre María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.
Recibimos con gratitud, la presencia de sacerdotes y religiosos que vinieron a sembrar las semillas del Reino de Dios en estas tierras. La diócesis de Guantánamo-Baracoa, recién erigida, acogió a Monseñor Pierluigi y Monseñor Mario Maffi, que con la gracia divina permanecen con su labor pastoral.
Estos sacerdotes bergamascos recibieron la gracia de trabajar en dos municipios, que en toda su historia, habían tenido presencia permanente de la iglesia. Los viejos moradores cuentan que antes del socialismo, sólo venían misioneros a celebrar sacramentos y después ni soñar con hacer presencia, pues el gobierno se declaró ateo y pasamos a la iglesia del testimonio.
Se insertaron los padres en una iglesia local que recibía la bendición de crear en los barrios y en las poblaciones pequeñas comunidades eclesiales para anunciar, celebrar la fe.
La realidad del pueblo no era halagadora. Monseñor Pedro Meurice, de feliz memoria, la caracterizaba en la misa papal, «tierra indómita y hospitalaria, cuna de libertad y hogar de corazón abierto…Es un pueblo noble y es también un pueblo q sufre…La nación tiene alma que quiere reconstruir la fraternidad a base de libertad y solidaridad».
En la actualidad la realidad cubana tiene altos niveles de pobreza y el hambre se ha convertido en compañero de camino.
Con esta realidad de deterioro creciente, laboran los sacerdotes bergamascos. Permiten que la gracia divina se haga realidad a través de ellos y así en los lugares más intrincados de la geografía han llevado el amor de Dios, principal consuelo y esperanza de este pueblo.
Con la escasez de combustible, la falta de piezas de repuestos para los automóviles, de comida, relaciones difíciles con las autoridades, llevan el mensaje de salvación a este pueblo de raíz cristiana.
Gracias, porque durante estos años, muchos sacerdotes dejan sus huellas de amor y entrega generosa en medio de este pueblo que sufre más que nunca en su historia. Gracias por el empeño de ayudarnos a construir una nación mejor. La iglesia cubana y la diócesis de Guantánamo-Baracoa, da gracias a Dios por su presencia entre nosotros. ¡Que Dios pague tanta generosidad!
Escucha la apreciación de estos sacerdotes, devenidos hijos de Cuba
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