Rafael: La peculiar historia de un joven seminarista

Rafael: La peculiar historia de un joven seminarista.

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Seminarista Rafael Neyra Herrera

CIENFUEGOS-. De una pelea en un juego de pelota a seminarista de la Iglesia Católica por la Diócesis de Cienfuegos. Así pudiera reseñarse la historia de vida de Rafael Neyra Herrera, joven de 29 años, oriundo del municipio de Mayarí, en Holguín, muy próximo a cumplir ahora su mayor sueño: ser sacerdote y celebrar la misa.

Sin embargo, ese camino de un extremo a otro se abrió cuando, en medio de la reyerta, una monja lo tomó de la mano para llevarlo a la parroquia de San José, de la localidad de Abreus, en Cienfuegos, a donde llegó a vivir con la madre tras la ruptura de sus progenitores.

 “Tenía nueve años y ni remotamente conocía lo que era la Iglesia y menos la fe. Recuerdo ―dijo— que aquella hermana me incorporó entonces a un proyecto del Programa Grupos de Desarrollo Humano (GDH), de Cáritas Cienfuegos, donde se brindaba atención a niños y adolescentes que provenían de familias disfuncionales.

“Yo vivía con una madre alcohólica”, confiesa Rafael, mientras remueve pasajes de su infancia. “Por tanto, verme de pronto en aquel espacio resultó algo nuevo, diferente a la realidad a la que estaba acostumbrado. Allí comencé a descubrir otro mundo, sobre todo a través de los cursos y talleres de manualidades que nos impartían.

“Siempre tuve afición por la pintura; de hecho, uno de mis gratos recuerdos fue que gané un concurso de dibujos organizado por Cáritas. Pero, al mismo tiempo, advertí también lo positivo de esas lecciones de espiritualidad y formación humana que nos transmitían las animadoras. Esto me ayudó mucho a hallar mi vocación, cuando a los quince años debí emprender otra ruta”, agregó.

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Del niño que entró al grupo de GDH en Abreus al que salió en plena adolescencia, el cambio devino “abismal”. Y si Rafael utiliza tal término para adjetivar su transformación por algo será. “Encontré, ciertamente, lo que mi familia no podía ofrecerme: atención, apoyo de las personas, crecimiento; una opción de vida”, sostuvo.

Los estudios de Tecnología mecánica petrolera y la posterior inserción laboral ocuparon un segmento de su juventud, a pesar de que ya desde esta etapa mostraba interés por vivir la experiencia del Seminario. La figura de Monseñor Domingo Oropesa Llorente —Obispo de la Diócesis de Cienfuegos— devino inspiración para el muchacho que debió preguntarse, innumerables veces, todo cuanto suponía el paso a punto de dar.

“Al inicio no estaba totalmente seguro. Las circunstancias vividas en casa —contó Rafael― muy poca relación guardaban con las de un joven de fe. Incluso, mi mamá llegó a decir que solo muerta aprobaba esa decisión. No podía abandonarla, y fue después de su fallecimiento cuando me acerqué a Monseñor y le hice saber lo que sentía.

“Anhelaba ser feliz, porque, más allá de si era seminarista, sacerdote o cura, lo importante es dónde encontremos la felicidad. Realicé primero el curso Propedéutico en Camagüey ―el cual me sirvió muchísimo para renovar el sí—; luego estuve tres años en Santiago de Cuba donde recibí la materia de Filosofía, y en estos momentos tránsito por el segundo año de Teología, en La Habana.

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“Hoy aspiro a convertirme en sacerdote y Dios quiera que así sea. La situación que atraviesa el país, la necesidad de que existan sacerdotes cubanos y la ilusión de elevar el Santísimo Sacramento en el altar, de partirme como se parte y entrega Cristo en la comunión, son algunos de los motivos por los cuales deseo culminar el Seminario. Esta vocación ―aseguró― tiene la riqueza de encauzar la vida de los feligreses y vale la pena optar por ella”.

Un álbum conserva Rafael en su memoria del periodo de la niñez, especialmente de las actividades que Cáritas Cienfuegos proporcionaba con miembros de otros talleres de la Diócesis. Tales evocaciones aparecen cual flashazos, mientras se detiene a pensar en un mensaje para los pequeños que en la actualidad integran los grupos de GDH.

“Muchas personas cuando viven realidades familiares complejas asumen una posición pesimista y apenas valoran las oportunidades que Dios les brinda. Por eso, a los niños y adolescentes, beneficiarios del Programa, los convido a aprovechar las puertas que se abren para aprender, superarse y ser mejores cada día. No importa que algunos opinen que de ellos no saldrá nada bueno. Existe un plan y uno tiene que darse al plan”, afirmó Rafael, quien cambió para siempre después de aquella trifulca en un juego de pelota.

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