MI ADOLESCENCIA JUNTO A CÁRITAS.

Por: Judith Josseline Colunga Olivera
Fotos: Cortesía de la testimoniante
Camagüey, agosto de 2022— Mi nombre es Judith, y tengo 18 años. Desde pequeña mi mamá me inculcó la fe, pero no fue hasta 2016 que comencé a frecuentar la iglesia semanalmente, gracias a la invitación de una vecina catequista y el embullo de ir con unas amiguitas del edificio.

Desde el primer día me sentía más en casa que en mi propio hogar. En aquel entonces, nuestro párroco era el padre Daniel, un sacerdote dominicano de unos 40 y tantos que tenía un alma más joven que la de todos nosotros juntos. Nuestra capilla siempre fue muy activa, probablemente se debía a él, que vivía inventando actividades para los jóvenes y niños, manteniendo la alegría semana tras semana.
Al costado de nuestra iglesia hay un oratorio, como el de Don Bosco, que todos los sábados a las 3 de la tarde (y muchas veces días entre semana también) abría sus puertas a jóvenes, niños y adolescentes, tanto de la iglesia como de la comunidad, muchos jugaban deporte en la cancha, los más pequeños solían disfrutar de los columpios (ya algo oxidados por el paso de generaciones), mientras que los adolescentes compartíamos dinámicas de baile en el pequeño escenario que hay al costado de la entrada.

Fue a finales de 2017 cuando comenzó el proyecto de Cáritas en «La casona» (que literalmente es una casona que queda justo atrás de mi iglesia, la cual se fue restaurando y el padre destinó a este proyecto). El primer taller que se hizo fue un grupo de teatro. Es curioso porque mis vecinas, Lizt y Niamey, se lo jugaron a piedra, papel y tijeras, y pues, entramos al grupo. De hecho fue gracias a aquel sorteo que descubrí mi pasión por el teatro y la actuación.
Las clases eran los domingos después de misa, y nos divertíamos a mil, ya no solo esperaba la semana para ir los sábados al oratorio sino también los domingos para nuestro encuentro semanal. La profe Gadia nos enseñó muchísimo, comenzamos con la obrita de navidad de ese año, pero eso fue solo el inicio.

Nuestro grupo iba a todas las actividades de Cáritas. En 2018 tuvimos la grata oportunidad de actuar en el teatro Avellaneda, creo que de todas las experiencias fue la más impactante y grata para mí. Recuerdo dar el primer paso en el escenario, sentir las luces en mi rostro y ver al público (a la verdad no se veía nada, solo bultos, pero igual podía sentir los ojos de todos sobre nosotros). Recuerdo también que participamos dos años en un evento de Cáritas que se celebraba cada año en el parque Agramonte. Allí se presentaban muchos grupos de diversas manifestaciones artísticas, uno que recuerdo en especial es el dúo “Esperanza”, ellos son una pareja de Síndrome de Down que bailan ¡Y cómo bailan! Siempre eran súper alegres y simpáticos en todas las actividades donde coincidíamos.
Inmensas fueron las experiencias de ese pequeño taller, cada ensayo, cada presentación, se convertían en inolvidables recuerdos para nosotros.

Otras grandes experiencias, que creo que todos disfrutamos a tope, fueron las convivencias. He tenido la suerte de participar, hasta ahora, en cuatro, una solo con los adolescentes de Camagüey, y tres junto con La Habana, Santiago de Cuba, Villa Clara y Matanzas. Si me pusiera a hablar de cada una por separado, creo que no terminaría nunca. Fueron incontables las actividades y los conocimientos adquiridos. En todas hicimos muchas amistades y tuvimos la oportunidad de conocer costumbres de otras provincias. Me parece que fue ayer, en aquel verano de 2019 en Peñalver (Guanabacoa, La Habana), cuando nos despedíamos entre lágrimas y las monjitas y los animadores nos decían “¡Que bobos son ustedes! Un año pasa volando”. Tengo que admitir que sí, que pasa rápido, solo que ya van 2 de pandemia en los cuales, tristemente, no hemos podido vernos de nuevo, pero gracias a las redes mantenemos nuestra amistad aún vigente.
Alrededor de 2019 fue que comenzó el proyecto GDH (Grupo de Desarrollo Humano) donde se impartían diversos talleres. Entre los que recuerdo se encontraban: música, ballet, repasos para enseñanza primaria de diversas asignaturas, artes plásticas, fútbol, y nuestro grupo de teatro, el cual ya era patrocinado por Cáritas. Se daban en varios días a la semana, algunos talleres se rotaban las aulas de la Casona en diferentes días. En este proyecto participaron niños y adolescentes que vivían incluso al otro lado de la ciudad. Recuerdo que en cada ensayo el oratorio y la Casona estaban llenos a tope y las risas y gritos se podían oír hasta una cuadra antes de llegar a la Iglesia.

Este proyecto también cesó con el inicio de la pandemia y aún no se ha retomado del todo, pero nuestros sacerdotes se están esforzando mucho por volver a dar vida a nuestras iglesias. Justo el día 29 de enero de este 2022, tuvimos una actividad por Don Bosco, hicimos un rally por toda la ciudad de Camagüey. No asistieron tantos jóvenes como antes solían hacerlo, pero aún con los 13 que fuimos, lo pasamos genial. Terminamos súper cansados debido a las grandes distancias que recorrimos, pero fue súper divertido y aprendimos sobre la historia de los Salesianos en Camagüey. Fue una actividad muy bonita, sobre todo porque llevábamos ya mucho tiempo sin iniciativas de este tipo.
Todas las experiencias que he tenido en la iglesia, desde que comencé cuando era una adolescente, me han servido para crecer como persona y cristiana. He conocido seres maravillosos, mis amigos de convivencias, animadores, y sobre todo párrocos como Daniel, Miguel Ángel, Peter, Genaro, Eduardo y la monja Sor Lucidania, a quienes todos en San Vicente (y Camagüey) recordamos con tanto cariño y añoranza.
Sé que todos los recuerdos que he compartido forman parte también de muchos jóvenes de mi edad que han tenido la bendición de convivir en la comunidad Salesiana y han disfrutado de la labor tan ardua de la iglesia cubana y quienes la conforman. Realmente me siento agradecida por haber vivido tan buenos momentos.
