La manera de salir adelante

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«En nuestras escuelas no se hace ‘bullying’», repiten como un mantra profesores y más de un decisor, como si esa palabrita en inglés tuviera tras de sí contenida toda la maldad del universo, la cual sería ajena a nuestra realidad. Pero es solo eso, una palabra. ¿Castellanizada? Acoso, abuso, violencia…¿Cubanizada? Chucho, cuero… A todos nos suena ¿cierto?

Entonces, ¿en nuestras escuelas se da chucho, cuero? Por supuesto, y de toda la vida.

Entonces, ¿en nuestras escuelas se acosa, se violenta? Por supuesto, y de toda la vida.

Los niños, los adolescentes y los jóvenes pueden llegar ser crueles, muy crueles si se lo proponen, y los cubanos en eso no son muy distintos a los del resto del mundo. Me atrevo a afirmar que cualquiera que lea estas líneas estuvo en alguna de las dos caras de esta bajara. Muy pocos salieron ilesos de las Secundarias o Preuniversitarios sin haber sido, al menos en una ocasión, víctima o victimario del cuero o el chucho, es decir, del acoso, del abuso, de la violencia.

Sabemos que los motivos para el ‘bully’, o sea, para el maltratador, el acosador, el victimario, no son específicos, que el simple hecho de respirar es más que suficiente para sufrir todo el peso de su ira, de su frustración, de sus demonios. Analía bien los sabe, ella solo pasaba demasiado tiempo en su celular, descubriendo un mundo que para sus escasos 10 u 11 años de niña rural se abría inconmensurable y fabuloso:

 «Todo comenzó cuando empecé la Secundaria Básica. Era una niña de esas que temía que sólo podía lograr mis metas a no ser que tuviera a alguien a mi lado. Pero me puse tan sensible al ver que tantas personas extrañas a mi lado solo se burlaban de mí, simplemente por cómo era, que mis sentimientos empezaron a despedazarse poco a poco.”

Si, los niños, los adolescentes y los jóvenes pueden llegar a ser muy crueles si se lo proponen. Quizás su móvil era el mejor de la clase, o el más malo; quizás encontraba entre ceros y unos lo que en gente de su misma edad y de carne y hueso no hallaba; quizás simplemente no sabía como encajar en el grupo y por eso arremetieron contra ella. Pero a la larga nada de eso importaba, porque todo redundaría en lo mismo. Analía comenzó a enajenarse, a hundirse. Fue llevada hasta el borde mismo del vórtice y cayó entonces arrastrada por sus demonios personales, firme en la convicción de ella era la responsable de todo cuanto le estaba sucediendo:

«Ya sentía que mi vida era solo un caso sin solución, hasta que mis preocupados padres, que siempre me apoyaron en los momentos más difíciles, me llevaron a mi primer psicólogo. Me mandaron pastillas para los nervios, ya que no podía controlar mi llanto y estaba deprimida todo el tiempo. Pero no funcionó. Después de un mes me llevaron al psiquiatra y ella me indicó otras pastillas las cuales me empezaron a mejorar, pero no del todo, pues mi pobre corazón estaba herido con tantas burlas.»

Puedo imaginarlo, un pobre y jovencísimo corazón herido de tantas burlas cuya dueña se estaba quedando sin opciones. Y no por su culpa, con apenas 13 años de vida ¿quién dice que debemos tener las herramientas, la inteligencia emocional, la fortaleza de carácter para salir solos de una situación así? Algunos podrán hacerlo, pero no todos, y Analía era una de ellos. Necesitaba ayuda, profesional claro está, sin embargo, no del tipo que hasta ese momento pudo recibir. La ayuda de Analía tenía que venir de otro tipo de “profesional”:

«Hasta que encontré la manera de salir adelante y todo fue en el grupo de GDH de mi comunidad. Allí me enseñaron a hacer manualidades, y aprendí a valorar la compañía de los otros niños, tan alegres. He logrado cosas muy interesantes como construir con mis manos objetos que luego pueden ayudar a más personas a salir adelante. Y yo mejoré, cambié, fui otra, sin médicos ni medicamentos. Todo gracias al grupo, gracias a Cáritas.» Y Analía halló las enseñanzas que podrían sanar a su (…) pobre corazón (…) herido con tantas burlas. Porque el grupo de manualidades de GDH de la comunidad de La Yaya, de la parroquia de Arroyo Blanco y Jatibonico, hace que sus niños crezcan desde dentro El fomi, el papel, los colores y el pegamento son solo las escusas, el anzuelo que se les lanza para que cuando piquen se conviertan, casi sin darse cuenta, en mejores amigos, hermanos o hijos. Y digo ‘casi’ porque Analía si lo notó. Ella fue capaz de reconocerse, de notar las huellas que sobre sus escasos años otros estaban dejando. A ella no la puedo identificar como una beneficiaria del programa GDH. Creo que es Cáritas quien hoy se beneficia por tenerla como una integrante más de su familia pues son su sonrisa y su felicidad el mayor testimonio que puede dar la «caricia de la madre iglesia a su pueblo».

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Michel Pérez Abreu
Michel Pérez Abreu
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2 comentarios

  1. De eso se trata el trabajo en los grupos GDH,cambiar la vida de los beneficiarios a través del compartir, de la socialización, de brindar al adolescente , al niño aquellos espacios para que pueda sentirse realizado, para que se haga valer por sus resultados, que sienta que es valorado y respetado. Gracias Cáritas.

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