Dos planetas y un astro rey: historia de mujeres cuidadoras
Por: Roberto Alfonso Lara
Así como la Tierra gira alrededor del sol, el día a día de Esperanza Carballosa Fraga y María Ramos Fernández circunda desde hace años en torno a una palabra transformada en el astro rey de sus vidas: cuidar. Inmersas en la faena han descubierto, cual si fueran ellas planetas, las luces, sombras y claroscuros de la existencia humana.

Los primeros destellos irradiaron en la cotidianidad de ambas casi repentinamente. Al volver al comienzo de todo, una década atrás, Esperanza recuerda que Héctor, su esposo, “tenía unos episodios de que guardaba algo y nunca lo encontraba, pero yo no le daba importancia porque a mí igual me pasaba. Entonces, aparecieron otros síntomas, lo ingresan en el Hospital Militar de Santa Clara y le diagnostican el Alzheimer”.
Poner en duda el dictamen médico fue la primera reacción, y, a decir verdad, poseía razones para ello. Héctor, a los 63 años, lucía un hombre fuerte, trabajador, teniente coronel en activo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. La zona blanca que empezaba a desencadenarse en su corteza cerebral, signo de la demencia, solo hallaba explicación desde la ciencia y no desde la lógica.
“Confieso que dije: ‘no, qué va, él no tiene eso’. Me negaba a aceptar que tuviera Alzheimer. Después, el clínico comenzó a atenderlo y supe de las fases de la enfermedad. Nos dijo que tentativamente serían nueve años, pero ya él se fue de término, pues va por once. Claro, es el resultado de los cuidados: la alimentación, la higiene y la medicación para tratar sus otros padecimientos (hipertensión y diabetes)”, sostuvo Esperanza.
Un drama distinto trastocó el devenir de María hace exactamente nueve años y seis meses. Cuando lo evoca con tanta precisión, puede uno imaginarse la cicatriz espiritual del hecho. “Mi mamá, Otilia, quedó encamada por un ictus, y hasta con sondas para poder alimentarla. Nunca recibió fisioterapia ni nada, y se le afectó toda la parte izquierda del cuerpo. Desde ese momento, con la ayuda de mi hermano, permanezco a su cuidado mañana, tarde y noche. Ella me dio la vida; yo solo lo que he podido”.
Aprender a cuidar
Las situaciones excepcionales obligaron a estas dos mujeres a aprender sobre los cuidados en la práctica diaria. A la vez, las animaron a insertase en los Cursos de adiestramiento para cuidadores, organizados por el Programa de Personas Mayores, de Cáritas Cienfuegos, a partir de 2018. En medio de la vorágine que siempre las ocupa, buscaron el espacio para asistir y superarse.
“Soy miembro de la comunidad de Lajas y fue allá que escuché del curso que impartirían en Cienfuegos. ¡Bendito curso! Lo conservo y a cada rato vuelvo a leerlo. Conocí de las enfermedades en las personas mayores, me enseñaron a cómo manipular al paciente en la cama y a la hora del baño. También recibí nociones de enfermería y conocimientos generales, al punto que cuando lo dieron en mi parroquia, decidí inscribirme nuevamente”, afirmó Esperanza.

“En mi caso, fui para documentarme y un poco para salir de casa”, comentó María. “Llevaba años encerrada en la misma rutina, y encontré la ocasión de escapar. Además, la presencia de especialistas constituyó otra motivación, y al final devino una experiencia valiosa. Aprendí mucho sobre la alimentación del enfermo. Este tema en particular fue muy bueno. Yo le daba la comida a mi mamá con temor, y allí nos aclararon varias dudas. Realmente, me gustó el curso; cuidar a un anciano enfermo no es fácil y, si nos capacitan, podemos hacerlo mejor aún”, añadió.
Obsesiones y corazas
Si la consagración de Esperanza y María a sus familiares enfermos pudiera medirse, ninguna altura podría rebasarlas. El tamaño de su entrega a las labores de cuidados es tan grande que, incluso, a veces roza lo obsesivo.

“Desde que permanece encamada, no he dispuesto de nadie ajeno para que la atienda. La gente me dice que la tengo malcriada y, por otra parte, yo soy majadera para todo. Por ejemplo, si le sale alguna lesión en la piel o cualquier cosita, enseguida voy sobre eso; es mi forma de ser”, apuntó María.
“Cuando enfrento una dificultad, la paciencia para tratar con él únicamente la hallo en Dios y los cursos”, reveló Esperanza. “Por tal razón le digo a mis hijas que no me permito dejárselo, porque creo que, si falto, sería diferente. Ellas ayudan muchísimo, igual nuestro nieto Eric; ahora, donde esté Héctor, ahí debo estar yo. Pienso de veras que depende de los cuidados que le doy, y al Señor me encomiendo: ‘si ya estoy lista, puedo partir, pero, ¿y él?’. Esta es mi misión, hasta que Dios quiera”, agregó.

Aunque ambas mujeres creyeron en algún instante que no podían y terminarían volviéndose locas, ocupadas por la palabra cuidar descubrieron regocijo y satisfacción en cuanto todavía hacen, sin negar el estrés que supone. “Encamada, y a sus 96 años, disfruto sobremanera a mi madre, especialmente cuando rememora el pasado y conversa conmigo. Procuro mantenerla activa y alegre. En tiempos tan arduos, el cuidador necesita armarse su propia coraza para afrontar las más complejas situaciones”, concluyó María.
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