Tejiendo lazos de esperanza por el Día Mundial de las Personas Mayores
Por: Víctor Manuel Menéndez Hernández comunicador de la Habana
La Parroquia de Jesús de la Divina Misericordia y San Juan Pablo II se llenó de una luz este sábado. No era solo la luz del sol que irradiaba, sino la que emanaba de las sonrisas de nuestros adultos mayores, una luz cálida, serena y llena de historias. Era el día en que, con motivo del Día Mundial de las Personas Mayores, el servicio de comedor de la comunidad que acompaña el Programa de Personas Mayores de Cáritas Habana, tejía un manto de alegría, dignidad y esperanza en un encuentro intergeneracional.


Acompañados por la cálida bienvenida de la coordinadora del programa, Gloria Hernández, la jornada comenzó con un susurro de júbilo que pronto se convirtió en una cascada de risas. Las actividades lúdicas, animadas con el entusiasmo contagioso de Gloria, despertaron al niño que cada uno lleva dentro. Juegos, anécdotas compartidas y canciones que todos reconocían llenaron el aire de una complicidad hermosa, recordándonos que el espíritu jamás envejece. Fue aquí donde comenzó a florecer la magia del encuentro entre generaciones.


Llegó entonces el momento de la creación, de dejar huella. En las manualidades, manos jóvenes llenas de vigor se unieron a manos experimentadas que han sostenido, construido y acariciado a lo largo de toda una vida. Juntos, niños y adultos mayores por un día, se convirtieron en instrumentos de belleza. Con paciencia y destreza, fueron dando forma a pequeñas obras de arte. Cada pieza creada era más que un objeto; era un símbolo tangible de un lazo fortalecido, un puente de paciencia y aprendizaje mutuo donde los mayores aportaban la sabiduría y los jóvenes, una nueva mirada.


Quizás uno de los momentos más conmovedores fue el servicio de peluquería, barbería y manicura del taller Nazaret de las Cañas. Allí, en la sencillez de una silla y el cuidado de una voluntaria, no solo se cortaba cabello o se arreglaban uñas. Se devolvía la dignidad en cada detalle. Ver a cada voluntaria peinando con ternura el cabello blanco de una señora o ejerciendo con respeto la barbería para un señor, era presenciar el evangelio en acción. Eran gestos que decían: «Tú vales, eres importante y mereces ser cuidado con esmero». En cada mirada de agradecimiento y en cada sonrisa de satisfacción, se sellaba un pacto silencioso de respeto y afecto.


Este sábado, el servicio de comedor no fue solo un conjunto de actividades. Fue un abrazo comunitario e intergeneracional que recordó a cada una de nuestras personas mayores que no están solas, que su vida es un tesoro para nuestra Iglesia y para la sociedad. Fue un testimonio vivo de que cuando las generaciones se entrelazan, la comunidad se fortalece. La energía de los jóvenes rejuveneció el alma de los mayores, y la serena sabiduría de estos últimos ofreció una lección de vida invaluable a los más pequeños.

En un mundo que a veces avanza demasiado rápido, Cáritas se detiene a su lado, les ofrece la mano y les dice: «Su presencia es un regalo, su sabiduría, nuestra guía, y su sonrisa, nuestro mayor aliciente». Que esta jornada sea un eco que se prolongue en el tiempo. Porque cuidar de quienes nos cuidaron no es solo un acto de justicia, es un privilegio, una fuente de bendición y el más bello ejemplo de familia humana.


Hoy y siempre, gracias a ellos por ser el cimiento sobre el que construimos nuestro presente, y gracias a los voluntarios, que convierten la misericordia en acción.
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