“La oportunidad de ayudar”
Cáritas Habana
La Habana— Celeste es una mujer dulce. Dulce como las galletas con café que brinda a quienes la visitan. Fuerte a la vez, porque prima en ella la voluntad de acompañar a los vulnerables. En el camino ha aprendido también a defenderles, tanto como a hacer interminables gestiones por propinarles alimento físico y espiritual.

“Mis primeros servicios dentro de Cáritas fueron en la capilla. Corrían los años 90´ y Cáritas nos ayudaba a socorrer a 70 ancianos. Al comienzo a partir de jabitas, con recursos de muy difícil acceso. Teníamos 70 casas por visitar, para llevar ayuda. En cada una vivíamos experiencias únicas”.
“Una de mis primeras visitas fue a una anciana ciega, que vivía con su esposo en igual condición. Llegué, me presenté, dije que estaba allí entregando una ayuda. Ella me pidió le describiera en qué consistía la ayuda. Luego abrazó la jaba. Pero me la devolvió otra vez y dijo:
—“No. Tú debes estar confundida”.
“Yo le dije el nombre que me habían dado, el lugar que me habían descrito. Y todo coincidía. Ella insistía en que no podía ser. Cuando le pregunté la razón, dijo:
—“No puedo ser yo, porque nunca he ido a la Iglesia”.
“Respondí que eso no importaba y la viejita se echó a llorar. Eso me impactó mucho”.
—¿Cómo llegas a las personas mayores?
—Mi mamá falleció con 61 años, yo era muy joven, pero a mi papá lo estuve cuidando hasta que murió, casi con 90. Eso me permitió conocer mejor la adultez mayor.
“Después comenzaron los talleres y encuentros de Cáritas para formarnos a los voluntarios. Fueron de gran ayuda para nosotros, pues nos impartían clases psiquiatras, sicólogos, especialistas…. Me ayudaron a poder llegar a los ancianos, pensar como ellos, comprender sus necesidades, ofrecerles soluciones”.
“En uno de estos talleres conocí a una señora: Edilia. Ella habló del proyecto de desayunos de su comunidad y comenzó a embullarnos. Hasta se ofreció para ayudarme a escribir la carta de solicitud a Cáritas. Así comencé”.
“En nuestra Iglesia no había baños siquiera, tampoco una pila de agua para beber. Yo hacía los desayunos en mi casa, al comienzo para 30 personas, y los cargaba en jabas. Así estuve tres años, hasta que se pudo hacer el baño, un pequeño pantry, y Cáritas Diocesana me facilitó unas mesitas plegables que armábamos y quitábamos para ahorrar espacio. Los propios bancos de la Iglesia nos servían para sentar a los ancianos. Así inauguramos los desayunos el 5 de mayo de 2005”.
—Y ¿cómo ha sido la experiencia en tiempos de Covid?
—Aunque solo tengo recursos disponibles para 30, el número de personas que necesita ayuda no se agota. Antes de la pandemia, alrededor de 13 o 14 beneficiarios eran los que se podían reunir en la Iglesia para el servicio de desayunos. Para los restantes, por disímiles motivos de salud, es más difícil trasladarse ya. Entonces, quienes vivían cerca de estos que no podían ir, les acercaban el desayuno.
“Recuerdo que a veces eran las 12 del día y no se querían ir. Así que el martes, por ejemplo, lo dedicamos a intercambiar temas de cocina. Los jueves al arte, con poemas o cartas que escribían”.
“Luego llegó la pandemia. El último desayuno fue a finales de abril. Después de eso, comenzamos a preparar las jabitas. Yo ya no tengo la fortaleza física de los primeros años para tan grande distribución, y encontré el apoyo en dos personas: Lázara, que está entre las señoras más jóvenes; y Marcos, un muchacho que toca la guitarra en la Iglesia”.
“A veces mando las jabitas con escritos preguntándoles cómo están, lo que hacen o sugiriéndoles que hagan caso a sus cuidadores. Les doy ánimo para que continúen y les digo que volveremos a reunirnos otra vez. Es muy difícil conseguir las cosas. Pero Dios provee y siempre algo aparece. En ocasiones especiales, como la festividad de las madres, intento mandarles algo mejor, y alguna que otra vez dulces. Postales u otras cositas que voy haciendo”.
“Mi recompensa la obtengo enseguida. Ese regocijo de dar, pero también el agradecimiento que percibes en ellos. En Cáritas son esa extensión del amor de Dios a los necesitados. Todos, voluntarios, coordinadores…formamos parte de esa extensión”.
—¿Crees que este es un camino de vocación?
—Creo que hay personas que nacen con un carisma para algo. Y a mí se me da muy fácil la relación con las personas mayores. Me atraen, me animan con sus diversas formas de ser. Lo veo desde este punto de vista: para los niños hay mucha gente con deseo de colaborar, para los jóvenes, otros tantos; pero para los viejos, falta más gente con intención de asistirles. Los ancianos son muy vulnerables, máxime cuando están solos, han perdido hijos, sus familiares han emigrado o no tienen descendencia. A veces se ocupan de ellos, pero no todas las familias lo hacen.
“Una vez uno de ellos me escribió una poesía. En ella hablaba de los desayunos. Decía que eran muy ricos y excelentes. Otros me mandan a decir que me cuide, que me extrañan mucho. Sé que están agradecidos conmigo, pero yo más con ellos, porque me han dado la oportunidad de ayudar. De llegar a ellos. Lo siento en sus miradas. Y es lo más importante”.
Visitas: 1

