Arlene vela por dos hombres
Por: Rachel S. Diez
Fotos: Adrián Martínez Cádiz
La Habana, 30 de abril de 2021— Llegas a su casa, y ella abre la puerta intermedia. Nunca la principal. Le han enseñado que no puede abrir a desconocidos. Siento que los vecinos también están un poco pendientes. Ya sea por el equipo de grabación o porque somos extraños al entorno, se puede sentir que esta pequeña familia del Cerro recibe pocas visitas. Todo cuidado es poco, y alguien tan organizado como Arlene lo sabe.
Cuando llega Ángel, su padre, al fin entablamos conversación. Sobre la repisa principal está el cartel de la anterior jornada. En él la joven sonríe, acompañada de una mujer que no se encuentra en casa.

Un día en la vida de Arlene —desde que comenzó esta pandemia— se compone de múltiples actividades domésticas, ayudar en lo posible a Ángel y tiempos de esparcimiento frente a su laptop. Allí hay películas, enciclopedias, videos y miles de fotos.
Algunas tienen lo que los conocedores de la fotografía llamarían un peculiar valor artístico. Hacia la tarde, su rutina es bastante similar. Está pendiente de la llegada del hermano: pocos minutos antes monta el café, pone a calentar agua y le prepara el baño. Alain, por quien siente delirio, trabaja fuera. Luego de caminar algunas cuadras, el cansancio se siente. Tener esas cosas listas es su modo de ayudar y prodigar cariño al muchacho, aquejado también por algunas dificultades físico-motoras. A las 6 de la tarde ella, invariablemente, comienza a preparar la comida. Son muchas las cosas que sabe hacer —nos dice—: limpiar, fregar, sacudir, hacer arroz, frijoles, pollo, a veces pescado…¡pero ese último casi no hay! (alega entre criolla y pícara, muy segura de la connotación que tienen estas palabras).

Cuando Alain y Arlene nacieron, sus padres tuvieron claro que debían prepararlos mucho. No sólo para que pudiesen lidiar con la vida en sociedad; sino también para que fueran capaces de valerse por sí mismos si un día los progenitores faltaran. La idea es que fueran un dúo equilibrado, que pudieran acompañarse siempre.
La primera en probar una experiencia de trabajo fue Arlene, que tuvo su estreno en La Castellana, centro médico psicopedagógico para personas con discapacidad intelectual, que abrió por entonces un taller de artesanía. Luego cambiaron el sistema que concibieron inicialmente, condicionados porque Alain demostró importantes competencias laborales y Arlene aprendía muy rápido y bien los quehaceres domésticos. Al principio lo hicieron para que Alain lograra relacionarse, salir de casa, sin importar si lograba ganar dinero. Hoy en día no solo devenga un salario, sino que cumple algunas funciones vitales en su empresa.
Arlene, en cambio, pudo incorporar otras habilidades cuando la asociaron al programa Aprendiendo a Crecer de Cáritas Habana. Aprendió algo de lecto-escritura, educación física, logopedia, entre otras. Allí descubrió, además, dos profesiones que llamaron mucho su atención. Entusiasmada por poder hablarnos de estos sueños, nos revela: “Yo quisiera ser enfermera, me gusta la enfermería. Como Niubis, la hermana de Yanay. En la parte de cuidar a los enfermos, ella nos enseñó cómo se hace, cómo acomodarles las camas o limpiarles los ojos a los pacientes. Eso me gustó. También me gusta la fotografía. En la cuarta jornada pusieron una de mis fotos en la exposición. En el Palacio de las Convenciones y en La Habana Vieja también han puesto fotos mías. Me gusta hacerles fotos a las personas. Gracias a la cámara puedo estirar mis sentimientos. Además de eso me gusta, en la computadora, escribir historias de lo que pasa aquí, en mi pensamiento”.
Para Ángel es un gran misterio el modo en que su hija se apasionó por la fotografía. Solo sabe que comenzó al asistir a sus primeras clases en La Inmaculada, iglesia habanera donde estuvo la primera sede de Cáritas. Primero con una cámara digital, y más tarde con una profesional (Nikon), que le obsequió su prima, pudo desarrollar este talento. A Pepe, un maestro de la Inmaculada y a su madre, debe mucho de lo que aprendió después en la computadora. Al decir esto, es inevitable para ellos no pensar en la mujer que sonríe en el cartel de la repisa. Hace año y medio que se las arrebató un padecimiento de los pulmones, y Ángel intenta, con sumos esfuerzos, no fallarle a ese plan inicial que concibieron para sus hijos. Claudina fue fundadora del primer programa para personas con discapacidad de Cáritas, llamado Dame la Mano (que a la larga derivaría en el actual Programa Aprendiendo a crecer). Allí impartía talleres para los niños con discapacidad, y fue decisiva para que sus hijos, y los de otras familias, ganaran independencia.
La vida de los tres se transformó desde la muerte de Claudina. Ángel confiesa que quisiera darles más, pero que siente el peso de los años y la enorme presión de dejarlos listos para el momento en que él tampoco esté: “A mí me gustaría que ella se dedicara a algo, pero ya no tengo tiempo de llevarla y traerla. Magaly y Anisley, las profesoras de Cáritas, me ayudan con eso. Si no estuviera la pandemia, ya me estuvieran dando guerra para que la llevara”, dice mientras esboza una pequeña sonrisa. Y agrega: “A veces hasta la recogen ellas, para ayudarla a asistir. Así me van ayudando con su crecimiento. Lo único que quisiera, cuando les falte, es que ella se ocupe del hermano, y el hermano de ella. Lo primordial es eso. Que los dos se cuiden”.

Arlene, por su parte, se siente muy feliz de ser un refugio seguro para sus dos hombres. Aunque no piensa abandonar la fotografía, porque siente necesidad de expresar con imágenes, también ha aprendido a ver el hogar como otro espacio que requiere de ella y sus destrezas: “Yo trabajo aquí en la casa, para ayudarlos a ellos a que cuiden de mí”. Asegurarlo así, con tanta firmeza, me hace pensar que los proyectos familiares resultan posibles cuando cada uno, sin limitar el espacio del otro, sostiene con su trabajo la posibilidad de florecer de todos. La fortaleza de esta familia es que permanece unida.
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