La indescifrable emoción de Marta.
Más de una vez en esta entrevista, Marta Zúñiga Mendieta llegó a sobrecogerse, al punto de bañar su rostro de lágrimas. Del otro lado, me preguntaba por qué, cuál era la razón por la que aquella mujer perdía el control de sus sentimientos.

Durante más de 40 años ejerció como enfermera del servicio de Obstetricia y ella misma confiesa que ver nacer a un niño, traerlo a la vida, la dotó de una sensibilidad especial. Quizás por eso, cuando el Padre Cirilo (fallecido en julio de 2021), párroco de la Santísima Trinidad, le pidió sumarse a la atención a las personas con discapacidades físicas e intelectuales, aceptó sin dudarlo.
Entonces, Marta, ya estaba jubilada, y asistía con frecuencia a las misas de la Parroquial Mayor, como también la llaman los moradores de la ciudad de Trinidad, anclada a la Diócesis de Cienfuegos. Poco conocía de la labor de Cáritas, pero ello tampoco devino impedimento para colaborar con uno de sus programas de mayor impacto: Aprendiendo a crecer.
“Recuerdo que ese día, hace cinco años, conversaba con compañeras de la Iglesia y el Padre Cirilo llegó y nos hizo la solicitud, a ver, en la medida de nuestras posibilidades, cómo podíamos ayudar. Fue así que me incorporé al taller Juan Macías para enseñar a sus beneficiarios a tejer, bordar, coser, y otro tipo de manualidades.
“Además ―contó—, organizamos actividades recreativas para celebrar fechas señaladas como los días de las Madres y los Padres, la Navidad; preparamos meriendas y almuerzos, festejamos los cumpleaños, y ellos se sienten motivados, felices, y nos contagian su alegría”.
Verlos aprender con rapidez y ser depositaria de sus afectos conmueve a Marta en demasía. “Cualquier cosa los pone contentos, agradecen hasta un vaso de agua, te abrazan y besan, y son dueños de un amor que uno ni siquiera sabe entenderlo”, dijo, poseída en ese momento por una cascada de emociones incontenibles.
El taller Juan Macías agrupa en la actualidad a cerca de doce beneficiarios, la mayoría, personas con discapacidades intelectuales, específicamente con retraso mental. Son adolescentes y adultos, y un número significativo de ellos, hijos de padres con similares padecimientos o miembros de familias disfuncionales. Para Marta, lidiar con la magnitud de estas situaciones ha sido, a la vez, una experiencia desafiante y enriquecedora.
“Cuando en ocasiones faltan, y uno visita los hogares para preguntar por el motivo de la ausencia, algunos padres reaccionan molestos y agresivos, y es difícil. Sin embargo, esto nos convence todavía más de cuánto necesitan del servicio que realizamos”, comentó.
A Marta, probablemente, le sobra con las risas de sus pupilos para superar los episodios más arduos del voluntariado que cumple desde hace un lustro. Un peculiar alboroto provoca ella en el taller cuando reprende a los beneficiarios por tejer, coser o bordar de forma incorrecta. “Les digo: ‘¡Oigan, eso tiene una pila de calvos!’, lo cual significa que está mal hecho”, relató, y en ese instante la humedad en sus ojos se antoja más indescifrable que nunca.