Hablar de la vida desde la vida
Texto: Tony Pino V.
Foto: Lorena María Espinosa Palenque
Cienfuegos, julio de 2022— A veces es bueno regresar a la infancia dibujando una casita. Incluso desde la adultez, aquella nuestra primera casa dibujada sigue siendo un diminutivo, algo muy pequeño que cabe en un sueño. La pregunta, entonces, giraría en torno a la posibilidad de que los sueños nunca se realicen. O quizás en torno a los impedimentos que hemos colocado, consciente o inconscientemente, para que los sueños sigan siendo sueños diminutos y escondidos.
Las casas son, en su mayoría, elementales como los esbozos de la niñez. El techo a dos aguas sostenido por la fachada que, a modo de rostro, exhibe la puerta como una boca y las ventanas como ojos. Una madre dibujó una chimenea sobre el techo y otras dos lo ondularon para simular tejas. La de más allá recreó un fondo de colinas y hasta hubo una, sorprendente, que dibujó su casa como una roca. Sorprendente, valiente, llorosa, dijo: “Mi casa es una buena casa. Es un techo seguro, confortable. No vivimos mal en nuestra casa; pero no soy feliz”.
Porque hablamos de la felicidad en el encuentro. ¿Es posible ser feliz a pesar de todo? Alguien dijo que era posible ser feliz gracias a todo. Una madre dijo que la felicidad era posible por momentos, una especie de columpio en el que te sientas a la espera de estar arriba para lanzar la carcajada, y a la espera de estar abajo porque no hay manera de evitarlo. Una vida prescrita, sin fe. Una vida calculada por otros, dibujada por otros. Asumir como ley el famoso dicho: “El que nace para vaca, del cielo le cae el pienso”. Siendo así, la propia circunstancia se encarga de desmentirlo: si vivimos tiempos en los que muchas cosas escasean y otras tantas están en falta, incluido el pienso, ¿no es hora de despertar y salir de nuestra realidad bovina?
¿Cómo tener y conservar la esperanza en tiempos de crisis? ¿Qué hacer con las adversidades y cuántas y cuáles de ellas eran evitables y cuántas y cuáles inevitables? Inevitable fue, puesto que hablamos de la felicidad, que habláramos también de la esperanza. Es bueno aclarar, aunque parezca que no viene al caso, que las madres no se llevaron de vuelta las casitas que habían dibujado. Puestas a escoger, seleccionaron su color preferido para dibujar; pero luego les pidieron que lo intercambiaran con otra persona del grupo, preferiblemente desconocida. Después vino el momento del dibujo, olvidaron el contratiempo del intercambio de colores y se esmeraron en los trazos. ¿Qué hacemos con esto? Vuelta al contratiempo: intercambien los dibujos. De manera que la roca fue a parar a las manos de la que dibujó tejas, y las tejas fueron a parar a las manos de la que dibujó la chimenea. ¿Cómo es tu esperanza cuando no te gusta lo que “te toca”?
Podemos elegir estar cerrados a cal y canto o vivir, como se dice, de puertas afuera. Son elecciones extremas, dañinas, para nada equilibradas. El equilibrio se encuentra en el interior de las casas dibujadas. Se llama familia. Sin ser absolutos, puede decirse que según es la familia, así será la esperanza que traslucen sus miembros. El marinero necesita el puerto para decirse tal, de lo contrario es solo alguien a la deriva, sin nombre y sin horizontes. Hablamos también, por supuesto, de la familia. Y hubo un suspiro generalizado. Hablamos y las historias comienzan a bullir en el interior de las madres, que reviven sus capítulos y los comentan. No son tan terroríficas nuestras historias cuando salen a la luz. En el interior, parecen contradicciones. Puestas sobre la mesa, al lado de colores y manualidades, se revelan: son contrastes. Y se descubre que no pueden ser escondidos ni reprimidos. No hay razones para avergonzarse de marcar la diferencia si, al fin y al cabo, somos espejos los unos de los otros. Y los espejos solo tienen sentido cuando hay luz en la habitación. Una luz discreta, moderada, indagadora. A pleno sol, los espejos solo provocan reflejos estridentes que obnubilan y ciegan.
Llegamos a la fe, pura luz y discreta, como se pide. Hablamos de la fe sin grandilocuencias, Dios sentado como uno más en medio de nosotros, asistiendo a la vida que vivimos, viviendo la vida que vivimos, ofreciendo sus recetas irremediablemente divinas. Recetas abiertas, recetas que admiten cuanto acontecimiento o duda queramos meter en ellas, para obtener siempre el mismo plato: la vida es la vida y se disfruta mientras estamos sentados a la mesa porque es allí donde servimos y nos sirven. Si una persona nació sin brazos, debemos estar felices porque aprendió a sostener la cuchara entre los dedos de los pies para alimentarse por sí misma. E incluso más: escribir, dibujar, lanzar una pelota. Rezar… Debería existir una estampa en la que aparezca un niño rezando con las plantas de los pies unidas, en vez de la tradicional postura de rodillas uniendo las palmas de las manos. ¿Acaso rezar no es una necesidad tan elemental e imprescindible como alimentarse? Quienes rezan, piden que se multipliquen los alimentos recibidos y que obtengan pan quienes no lo tienen. Lamentablemente, olvidan casi siempre que compartir es una manera de multiplicar y procurar. Es el introito, digamos, de la justicia social. Compartir el alimento y también la experiencia, que no solo de pan vive el hombre. El hombre que tiene hambre mastica primero y habla después. Mas, por eso mismo, está dispuesto a escuchar.
Sirva la metáfora. La disfuncionalidad aceptada es una disfuncionalidad de archivo. Es una clasificación que invita a la acción mientras ata de pies y manos. La única etiqueta imprescindible que necesitan los seres humanos es la de ser humanos, sujetos privilegiados de lo divino. Siempre que hablamos de lo humano, hablamos de lo divino, aunque se ignore. Se dice que errar es de humanos y rectificar es de sabios. Tal vez, si se trata de una sabiduría iluminada. De lo contrario, se convierte en un error con ínfulas. Tanto peor. La cuestión es que existe demasiado regodeo en los errores, burdos o sabios. ¿Cómo dibujar una casita si no soy feliz? ¿Qué hacer con una casa con puertas y ventanas clausuradas? ¿Qué hacemos si nuestros sentidos están todos centrados en el error, en nuestra particular percepción del error?
Más allá de temas concretos, necesarios, sin dudas, las charlas con las madres de cualquiera de los proyectos de Cáritas son conversaciones sobre la vida y desde la vida. Merecen reverencia esas madres. Llevan la vida a flor de piel. A otras parece que la vida las ha tratado con benevolencia. Se aprende a vivir con estas charlas. Cualquiera que sea el tema, se siente el latido de la vida, a veces como huéspedes en la casita de tejas con paisaje de colinas al fondo, a veces incluso acampando al lado de la roca. Al final somos todos, sentados a la mesa, servidos y sirviendo, charlando sobre la vida. Dios mediante y de mesero.
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