Texto y Fotos: Melissa Cordero Novo
Los pobladores están acostumbrados a la furia del río. Cuando amenaza, suben los colchones encima de los escaparates y amarran alrededor todo cuanto quepa. Debajo queda aquello que después pueden lavar.
Pero esta vez el agua cubrió sin compasión los pisos, escaló las paredes y solo se detuvo al nivel de los techos; esta vez, dice Magnolia, «subió hasta donde la gente no pensaba y todas las pertenencias se mojaron».
El agua se retiró lentamente cuando el huracán se alejó —hubo hogares donde la inundación permaneció durante dos días— pero dentro todo quedó cubierto de lodo. «Lo que más pudimos hacer fue ayudar a la gente a sacar el fango, había mucho... ayudar a limpiar, a dar ánimo. Y fue difícil, muchas personas perdieron casi todas las pertenencias».
La noche de “Irma” Magnolia se resguardó por voluntad, junto a unas treinta personas de Caracusey, en unas oficinas donde el presidente del Consejo de Defensa autorizó. «El lugar no era el mejor, también entró agua, se mojó el suelo donde la gente tenían puestos sus colchoncitos y no teníamos baño ni sitio donde cocinar. La señora de al lado nos prestó un servicio sanitario, pero era de barro con un piso en malas condiciones y solo permitía pasar a algunas mujeres. Mi hijo salió a mitad de la tormenta a buscar algo caliente para los viejitos y los niños; regresó con pan. Mi esposo se encargó entonces de conseguir leche, la hervimos y la repartimos entre todos los que estábamos allí. Mucho más tarde en la noche, el Consejo nos llevó cinco libras de arroz y dos de frijoles crudos.
»Cuando nos dimos cuenta de los niveles que estaba tomando el agua, algunos jóvenes, tres o cuatro, salieron en medio del huracán a colaborar con las personas mayores, que son numerosas en el pueblo y ya no pueden salvar sus cosas o salir a tiempo como antes. Y yo di gracias a Dios porque todos eran muchachos de la comunidad, y me dio mucha alegría ver que fueran tan piadosos, que no fueran egoístas, que estuvieran atentos a las necesidades de los demás.
»Ya después, con la calma, empezamos a recuperarnos. Fue increíble cómo la gente reconocía a Cáritas como la primera que llegó con módulos en auxilio de los damnificados. No es la primera vez que Cáritas arriba de primero y esta vez de únicos, prácticamente. Se pudo ayudar a más de 82 familias y todo el mundo multiplicó, compartió, invitó a otros. Hay casas con familias muy numerosas, 10 o más personas, a esas les decíamos, “bueno al menos para que le den a los ancianos y a los pequeños”.
»El agua potable tuvo gran demanda, pues el pozo de Caracusey también se encuentra en zona de inundación y el agua se contamina. Hay mucha gente agradecida con la Iglesia, y con la vida, a pesar de que yo, últimamente, veo un poco de deterioro en las personas, de agobio, de sentimientos de anulación, de quedarse detrás, no todo el mundo tiene el impulso de ir adelante ante un problema. Lo otro grave fue que a la semana de “Irma” aliviaron las presas y el río nos volvió a entrar».
Magnolia Santiesteban Hernández vivía antes en Pueblo viejo, una zona apartada en el Escambray de Cienfuegos. En 2002, luego de haber conocido al Padre Geovanni Paz y que este le hablara sobre las necesidades específicas de Caracusey, decidió mudarse allí con su familia. «Desde entonces soy animadora de comunidad, pero también he sido Ministro de la Eucaristía y siempre he ayudado en lo que ha hecho falta, pues la presencia del sacerdote era una vez al mes: para la misa, la catequesis, la formación de adultos, de bautismo».
Cerca de esos años, clausuraron el central del poblado y cerraron 20 escuelas, la mayoría rurales. Cuenta Magnolia que la gente tuvo que empezar a viajar más lejos para trabajar y a los niños las aulas le quedaron más distantes, algunos incluso tenían que cruzar el río para poder asistir a clases y entonces regresar en la sesión de la tarde se les hacía muy difícil. Ante esa necesidad comunitaria, y como parte de la Iglesia, Santiesteban Hernández comenzó un proyecto de culinaria y otras actividades manuales, de valores y juegos a estudiantes de primaria.
«Cuando llevábamos un tiempito trabajando contamos con la ayuda de Cáritas, que le dio un poco más de forma a aquello. Tuvimos una demanda tremenda, en un momento llegamos a albergar 25 niños y ya no podíamos con uno más, es un trabajo muy fuerte. Tampoco lo hacía yo sola, ahí se involucró Yaíma, que ayudaba mucho en la cocina, y la mamá de una de las niñas. Otra cosa maravillosa que tiene el taller es el encuentro, una vez al mes, con los padres, porque llevamos misión a la familia. Hay que realizar mucho trabajo, porque las personas no conocen el evangelio y hay que enseñarles poco a poco. Todo esto se ha convertido en un reto muy grande y muy fuerte».
A Magnolia le preocupa que las personas no cuenten con un lugar seguro donde evacuarse y resguardar las pertenencias si otros eventos meteorológicos asecharan, «antes se usaba la escuela de Caracusey, pero ya está muy deteriorada», me dice, «hay muchos adultos mayores en el pueblo, y más de 100 casas vulnerables, que no pueden irse a cualquier parte y que les da pena molestar a los vecinos de la parte alta, quienes han recibido a los amigos la mayoría de las veces. Hubo algunos que se quedaron parados en el parque hasta que el agua se fuera para poder regresar a sus casas».
En estos momentos el taller de GDH que anima Magnolia no ha podido volver a funcionar, «hay mucha humedad, el piso está en malas condiciones, el terreno cedió y queremos hacer una limpieza bien grande antes de que los niños regresen».
Magnolia habla casi sin hacer pausas, es certera y me mira con ojos que convencen. «A veces me siento medio dividida —confiesa—, la misión me ocupa un espacio grande. A mí me gustan mucho los niños y ellos llevan bastante atención, así que, Dios mediante, quiero seguir, aunque pienso que deben formarse otras personas para que en la comunidad todo no dependa de una sola».
Los pobladores de Caracusey están acostumbrados a la furia del río, están acostumbrados a colocar sus posesiones en lo alto si viene una tormenta, están acostumbrados a limpiar el lodo que el agua trae, pero Irma los asustó demasiado, les robó demasiado. Magnolia solo se puso seria cuando me habló de esa noche.