Por: Amalia Ramos Ivisate
Fotos: de la autora y cortesía Cáritas Habana
Aunque no vives en un sótano ni estuviste en este durante la inundación del lunes 23 de enero del 2017, puedes imaginar lo que sintió Ramona Suárez ese día al ver que todo lo suyo se exponía a la penetración severa del mar. La sensación de ser tú contra un océano, literalmente, se mezcla con el miedo a perder el uniforme de la niña, los sacos de cemento para repellar el cuarto, la máquina que cose tu salario, el refrigerador con la comida, el colchón en el que duermes, los juguetes de tu bisnieto sin mamá…
Luego de casi cuatro décadas viviendo a solo tres cuadras del malecón habanero, en una de las ocho áreas de la ciudad vulnerables a las inundaciones costeras, Ramona ha tenido tiempo para acostumbrarse a una situación así, pero esa vez fue diferente. Estas no fueron ni “ligeras” ni “moderadas” como anunciaban los partes meteorológicos. Entonces, qué hace ella, de 74 años, cuando son las cuatro de la tarde, solo su nuera la acompaña, y las “fuertes marejadas” con vientos intensos se deciden a romper con su tranquilidad.
“Nunca habíamos tenido afectaciones así. Este viaje el agua llegó hasta después de ese cuadro ─dice y señala alto, cerca del techo─. Nosotras, confiadas, dejamos muchas cosas en bajo, porque no pensamos que fuera a subir tanto. Oiga, en 15 minutos se llenó todo”.
El olor a humedad todavía invade este hogar humilde, uno de los 13 sótanos del Vedado que las autoridades notificaron como afectados y donde habita una de las 22 familias acompañadas por Cáritas Habana luego de lo sucedido. Las paredes despintadas, con una marca pareja a todo lo ancho de la sala también confirman las palabras de Ramona.
Según precisaron los medios oficiales, esta vez las inundaciones fueron causadas por el avance del frente frío número seis de la estación invernal. Aunque las instancias del gobierno actuaron de forma rápida y evitaron la pérdida de vidas humanas, a muchas personas no les dio tiempo a salvar sus pertenencias.
“Cuando dicen leves, ponemos las camas de punta y subimos los colchones arriba, pero este año ni siquiera quitaron la electricidad. A Carlos se le mojó hasta el refrigerador.
“La suerte es que los vecinos son muy buenos y nos ayudaron a sacar lo más importante, los equipos, cosas así, pero muchas otras no pudimos guardarlas.
“Ven, mijita, ven para que veas lo que yo te digo” ─me indica el camino a su cuarto─. “Esto se llenó por completo: el escaparate, la cómoda, los muebles de allá atrás… Todo se ve así también porque con el primer subsidio que pedí no pude terminar de arreglar la casa. Esto es muy grande, mija, por eso no me alcanzó.”
Desde la mañana del martes, cuando los vientos disminuyeron su intensidad, todo empezó a tomar su lugar; fue entonces cuando Ramona comenzó a notar los daños. En momentos de desesperación, cuando se pierde tanto y te parece haber naufragado, no se olvida la mano extendida que te ayuda a salir a flote.
Quizás por ello, la señora que ahora me habla afirma con certeza que “el apoyo que nos ha dado la gente de la iglesia ha sido grandísimo. Aquí todo el mundo está contento y agradecido, porque ustedes son los únicos que se han acercado de verdad”.
De lo que recibió de Cáritas Habana, lo primero que menciona son los colchones, por eso de que con techo y cama tenemos lo principal, y porque en su casa duermen cinco personas más, entre ellas, un niño pequeño. La institución le facilitó, además, sábanas, toallas, útiles de aseo y juguetes para los niños. Sin embargo, todo lo material estaría incompleto sin la escucha de los voluntarios, sin las sonrisas y las horas regaladas que Ramona premia con su cariño.
Aunque no has estado en este sótano, ni subes ahora las escaleras hacia la salida -consciente de que a esta mujer le quedan muchas tempestades por enfrentar-, puedes imaginarla, con sus 74 años, piel mulata y cuerpo grueso, diciéndonos “vuelvan cuando quieran que esta es su casa” y un “¡y gracias!” que te resuenan en el alma.